Ignacio WIls parte 4



El conjunto queda modesto, el nuevo coronel de veinticuatro años tan sólo encabeza un batallón de más de medio millar de hombres repartidos en seis compañías. Verdad es que durante toda la guerra, en ambos campos, el batallón seguirá siendo la unidad táctica esencial. El uniforme adoptado es el de los Zuavos Pontificios, más o menos fantasioso según las posibilidades de recuperación o de fabricación: un chaleco, un bolero, unos pantalones ahuecados y un gabán de paño entre gris y azul con pasamanería roja para la tropa, negra para los oficiales y galón a lo húngaro. La única concesión a la tradición local es la adopción de la boina a modo de sombrero. Wils quien a conservado su uniforme llevado en Roma, viene vestido con unos harapos gloriosos…El batallón posee su propia bandera, confiada al Belga Defrance, con los colores de España adornado por un lado con el Sagrado Corazón y por el otro de la Virgen María, si duda en recuerdo de los dos estandartes con la dos efigies adoptadas por los Voluntarios durante la campaña de Francia. La presencia en el estandarte en cada uno de los lados del Sagrado Corazón, de las armas del Papa Pío IX y de las de los Borboneses, respecto a eso, reveladora. Una imprescindible banda acaba por dar al cuerpo so índole específico. Como sus compañeros franceses Voluntarios del Oeste, los Zuavos Carlistas ante todo se sienten soldados del Papa, incluso las nuevas reclutas que nunca han ido a Roma…

La historia del batallón es breve y trágica, heroica y sangrienta, ya que de manera permanente Ignace Wils se implica mucho para entrenar y dinamizar a sus soldados. Su primera hazaña consiste en sorprender y detener, con el sable en mano, a tres sicarios que habían logrado penetrar en el dormitorio de Don Alfonso y de su esposa para asesinarlos. Eso les permite a los zuavos hacerse el batallón de escolta de la pareja de los príncipes. Merced a la energía comunicativa de su jefe, en todas partes, en Prats de Lusannes, en Orista, en Alpens, Igualada, y Manresa, los Zuavos forman la punta de lanza de las tropas carlistas. El joven coronel se expone en primera fila, es un formidable cabecilla de hombres, un jefe amado, admirado, respetado. En unos meses, cinco caballos mueren debajo de él, cuando hace falta, no vacila en enarbolar la bandera para lanzarse corriendo con fin de escalar las barricadas enemigas, como en Alpens e Igualada.

Alpens, el 9 de julio de 1873, aunque se trata de un combate de importancia modesta dado que se enfrentan unos 1500 hombres en ambos lados, se ilustra con brillo durante la campaña de las tropas Carlistas en Cataluña. No se trata de un sitio ni de una batalla en toda regla sino más bien de un encuentro por casualidad. Un destacamento de escolta de 120 zuavos Carlistas han ocupado sin dificultad la pequeña ciudad mientras se anuncia, sin cuidado, al anochecer, una columna gubernamental bien armada y bien equipada, encabezada por el general Cabrinetty. Cuando la tropa irrumpe en la gran plaza, resulta diezmada por un fuerte tiroteo, una carga con bayoneta fracasa, Cabrinetty queda matado, sus hombres desorientados escapan fuera del pueblo y 400 de ellos se refugian una granja extendida desde donde empieza un fuego muy nutrido contra sus perseguidores. Wils ordena a sus Zuavos que asalten los edificios, se lanzan pero se detienen y se abrigan frente a la metralla; impaciente, su coronel toma su estandarte , lo tira por encima del muro de cerco: “El enemigo se ha apoderado de su estandarte, no podéis dejárselo”. Ēl mismo empieza escalando el muro, los hombres lo siguen con entusiasmo, los gubernamentales depositan las armas.

Fuente: Patrick Nouaille-Degorce
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