La bandera de Atacama no es capricho; esta bandera no es saludo a la bandera. Se generó en las rebeliones mineras de Chañarcillo a comienzo del siglo XIX.
La bandera de los Zuavos Constituyentes se hizo al fragor del combate de los mineros; y, luego, el pueblo la hizo suya. Fue la que encabezó a los batallones de la Revolución de 1859.
Los Zuavos de Chañarcillo fueron dirigidos por ciudadanos: el Comandante, Olegario Carvallo; el Teniente Coronel, Santiago Toro; el Mayor, Olegario Olivares y los capitanes: Elías Marconi, Manuel Jesús García y Hugo Navarrete. Esta legión sería fundamental para derrotar al regimiento de la oligarquía Santiaguina y centralista, el Buin, en la batalla de Los Loros. Veinte años después, los sobrevivientes de este batallón, volverían a los campos de batalla en la Guerra del Pacífico, en el Segundo Batallón Atacama.
La Bandera azul, con su estrella de oro y orlas también de oro, inspirada en Los Girondinos, se llenó de pólvora, balas y desgarros de sangre y de sudor atacameño. Pedro León Gallo fue sepultado envuelto en estos girones.
No es capricho la bandera de Atacama, es un sueño.
Cuando los Tiwanakotas bajaron del altiplano se encontraron con la independencia de Atacama; también, los Coyas y los Incas.
Los Zuavos de Chañarcillo fueron dirigidos por ciudadanos: el Comandante, Olegario Carvallo; el Teniente Coronel, Santiago Toro; el Mayor, Olegario Olivares y los capitanes: Elías Marconi, Manuel Jesús García y Hugo Navarrete. Esta legión sería fundamental para derrotar al regimiento de la oligarquía Santiaguina y centralista, el Buin, en la batalla de Los Loros. Veinte años después, los sobrevivientes de este batallón, volverían a los campos de batalla en la Guerra del Pacífico, en el Segundo Batallón Atacama.
La Bandera azul, con su estrella de oro y orlas también de oro, inspirada en Los Girondinos, se llenó de pólvora, balas y desgarros de sangre y de sudor atacameño. Pedro León Gallo fue sepultado envuelto en estos girones.
No es capricho la bandera de Atacama, es un sueño.
Cuando los Tiwanakotas bajaron del altiplano se encontraron con la independencia de Atacama; también, los Coyas y los Incas.
Ahora, sabemos, a través de Cornely, que después de más de veinte años de sus excavaciones, los Diaguitas también fueron rechazados; y, por eso, los pocos vestigios diaguitas encontrados por Ricardo Latcham fueron traídos desde Argentina.
El poblamiento de Atacama desde el Choapa trajo a las mejores familias al desierto. Antes, desde el Altiplano se había realizado un poblamiento, incluso desde Salta, como lo señala el historiador boliviano, Fernando Cajías. Además, de la diáspora argentina del sigo XIX, que llegó a ser el treinta por ciento de la ciudad de Copiapó; y, por cierto, de los cientos de europeos que arribaron detrás del oro y la plata. Por ello, muchos de los héroes legendarios de Atacama, son de origen argentino, inglés, francés, alemán, etc. Este crisol generó un ethos; una necesidad de ser presentativo y no representado; una bandera que habla de esta distinción.
No es capricho, ni deseo de alguna forma de separatismo de Chile, sino de identidad, de unidad del mundo atacameño.
Nuestra bandera no es una nueva forma de chauvinismo o nacionalismo barato; es devoción y testimonio por nuestros cientos de muertos en los campos de batalla, en los campos del pensamiento laico y en el respeto por nuestros héroes y hechos legendarios; un lugar en el mundo, donde los lagartos y los cactáceos somos por algo de terracota.
Aquí, no hablamos de mitos sino de grandes batallas: Los Loros, Cerrogrande, Pisagua, Dolores, Los Ángeles, Tacna, Chorrillos, Miraflores, Concón y Placilla, donde quedaron muertos cientos de atacameños con nombres y apellidos. Y, la conquista del desierto tampoco fue aventura fácil; fue de sed y de locura: Almeyda, Ossa, “Chango” López, “Manco” Moreno y muchísimos más, que dejaron sangre y cuero atacameño, en hacer florecer el desierto de salitre, de cobre y de vida humana.
La bandera atacameña no es souvenir sino un territorio, más allá de esta mal nominada Región de Atacama; es el sostén de diálogo entre las distintas aristas del ser atacameño; es la búsqueda de construir el sueño de Pedro León Gallo; de buscar el perfeccionamiento de la libertad, la igualdad y descentralización del Estado. Chile no podría ser el mismo sin la minería; por ello, el Norte sería distinto sosteniéndose en sus propios hombros.
La bandera no sólo es trapo que flamea en la Casa de la Cultura de Copiapó, sino: yo, tú, nosotros haciéndonos cargo del destino. Cuando desconocemos esto o nos hacemos los lesopillos estamos abandonando nuestra posibilidad de futuro esplendoroso.
La gloria que tiene esta bandera es la semilla que nos ha trasmitido la tradición y albura de su historia; no ha sido gratis, ha sido de sangre y de martirio. De nosotros, los atacameños, depende aprovechar este tesoro de distinción, valentía y abundancia. Esta bandera no es volada criollista o folclórica; es el cielo azul que heredamos para conquistarlo.
Esta bandera nos presenta con magnificencia; lo que fuimos y lo que seremos; es mi sangre y la tuya; éste es el río que jamás se puede secar.
Nosotros no seremos leyenda, seremos la patria.
El poblamiento de Atacama desde el Choapa trajo a las mejores familias al desierto. Antes, desde el Altiplano se había realizado un poblamiento, incluso desde Salta, como lo señala el historiador boliviano, Fernando Cajías. Además, de la diáspora argentina del sigo XIX, que llegó a ser el treinta por ciento de la ciudad de Copiapó; y, por cierto, de los cientos de europeos que arribaron detrás del oro y la plata. Por ello, muchos de los héroes legendarios de Atacama, son de origen argentino, inglés, francés, alemán, etc. Este crisol generó un ethos; una necesidad de ser presentativo y no representado; una bandera que habla de esta distinción.
No es capricho, ni deseo de alguna forma de separatismo de Chile, sino de identidad, de unidad del mundo atacameño.
Nuestra bandera no es una nueva forma de chauvinismo o nacionalismo barato; es devoción y testimonio por nuestros cientos de muertos en los campos de batalla, en los campos del pensamiento laico y en el respeto por nuestros héroes y hechos legendarios; un lugar en el mundo, donde los lagartos y los cactáceos somos por algo de terracota.
Aquí, no hablamos de mitos sino de grandes batallas: Los Loros, Cerrogrande, Pisagua, Dolores, Los Ángeles, Tacna, Chorrillos, Miraflores, Concón y Placilla, donde quedaron muertos cientos de atacameños con nombres y apellidos. Y, la conquista del desierto tampoco fue aventura fácil; fue de sed y de locura: Almeyda, Ossa, “Chango” López, “Manco” Moreno y muchísimos más, que dejaron sangre y cuero atacameño, en hacer florecer el desierto de salitre, de cobre y de vida humana.
La bandera atacameña no es souvenir sino un territorio, más allá de esta mal nominada Región de Atacama; es el sostén de diálogo entre las distintas aristas del ser atacameño; es la búsqueda de construir el sueño de Pedro León Gallo; de buscar el perfeccionamiento de la libertad, la igualdad y descentralización del Estado. Chile no podría ser el mismo sin la minería; por ello, el Norte sería distinto sosteniéndose en sus propios hombros.
La bandera no sólo es trapo que flamea en la Casa de la Cultura de Copiapó, sino: yo, tú, nosotros haciéndonos cargo del destino. Cuando desconocemos esto o nos hacemos los lesopillos estamos abandonando nuestra posibilidad de futuro esplendoroso.
La gloria que tiene esta bandera es la semilla que nos ha trasmitido la tradición y albura de su historia; no ha sido gratis, ha sido de sangre y de martirio. De nosotros, los atacameños, depende aprovechar este tesoro de distinción, valentía y abundancia. Esta bandera no es volada criollista o folclórica; es el cielo azul que heredamos para conquistarlo.
Esta bandera nos presenta con magnificencia; lo que fuimos y lo que seremos; es mi sangre y la tuya; éste es el río que jamás se puede secar.
Nosotros no seremos leyenda, seremos la patria.
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