Creación del Batallón de Zuavos Carlistas.

Batallón de Zuavos Carlistas
En  Ribas –Gerona-,  don  Alfonso  Carlos  decidió  formar  una  Compañía  de  Zuavos, 
objetivo  que  desde  hacía  mucho  tiempo  llevaba  en  mente.  Recordemos  que  él  mismo había servido en este regimiento cuando defendió el Vaticano, en aquella Puerta Pía de desagradable  recuerdo.  Para  él,  los  zuavos  eran  fundamentales  en  su  esquema  militar, por su disciplina y tenacidad.
Para  ello,  echó  mano  de  aquellos  españoles  con  los  que  había  compartido instrucción militar  en  Roma  y,  como  comandante  interino  colocó  al  frente  del  grupo,  al  heroico teniente  coronel  don  Jerónimo  Calcerán.  A  su  lado,  como  ayudantes,  a sus  dos  primos Alberto y Francisco.
Este gran jefe de zuavos moriría pronto –en la toma de Ripoll- aunque su influencia en 
la organización del batallón quedaría siempre patente. 
Curioso  fue,  sin  duda,  el  papel  que  la Compañía  de  Zuavos llevaría  a  cabo  en  esta tercera  guerra  carlista  y,  sorprendente  también,  el  empeño  del  propio  infante  por  dar vida a uno de los cuerpos de infantería más exclusivos de aquellos tiempos.
La compañía de Guías del Infante era su guardia personal, aquella en la que estaban los 
soldados  más  fieles;  sin  embargo,  la  compañía  de  zuavos  fue  la  más  decidida  en  los momentos   claves   del   conflicto.   Hasta   tal   punto,   esta   Compañía   llegaría   a   ser fundamental  en  el  transcurso  de  la  guerra  que,  doña  Blanca,  sería  su  fiel  defensora  en todos  y  cada  uno  de  los  momentos  en  que  tuvieron  que  actuar,  incluso  en  aquella ocasión posterior en el que se les acusaría de cobardes después de la retirada de Gerona.
Ella,  se  sentirá  orgullosa  de  formar  parte  de  este  grupo  especial  en  sus  valientes 
acciones,  destacando  aquella  entrada  en  la  ciudad  de  Cuenca,  una  vez conquistada –acción  de  la  que  hablaremos  más  adelante-.  Tanto  los  Guías  del  Infante  como  la Compañía  de  Zuavos,  recibían  sus  sueldos  de  la  propia intendencia  personal  de  don Alfonso,  sostenida  por  los  dineros  que  su  hermano  Carlos  le  enviaba –cada  vez  más  a cuenta gotas- y, de la aportación personal de su esposa doña María de las Nieves.
Recordemos que la guerra se financiaba, en gran parte, con haciendas particulares, bien 
de la familia del pretendiente, como de otras familias europeas de corte absolutista. En 
muchas  ocasiones,  los  compromisos  matrimoniales  de  la  familia  Borbón,  venían 
condicionados  por  las  dotaciones  que  aportaban  las  familias  compromisorias.  Don 
Carlos VII recibió gran cantidad de dinero de la dote de su esposa doña Margarita, así 
como de las cortes de Baviera, Módena y Leichesthein. La escasez en la llegada de estas 
partidas  económicas,  así  como  el  desgaste  que la  larga  guerra  generó,  fueron  dos 
razones  fundamentales  por  las  que,  las  partidas  y  los  ejércitos  carlistas,  utilizaban  la requisa de dinero o la exigencia del pago de contribuciones en aquellos ayuntamientos 
afines o en aquellas localidades conquistadas.
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Vestían con uniforme gris azulado que se inspiraba bastante en ciertos aires orientales. 
Pantalones  bombachos  e  inflados  hasta  la  altura  de  la  rodilla,  polainas  y  faja  roja 
apretada a la cintura. Los oficiales se distinguían gracias a un color algo más claro, entre 
gris  y  azul  claro,  y  por  la  boina  blanca,  la  roja  estaba  reservada  a  los  generales  Carlos VII,  a  su  hermano  Alfonso  Carlos  y  a  su  mujer  María  de  las  Nieves,  aunque  ésta utilizase  en  muchos  momentos,  la  blanca  como  identificación  con  su  compañía  de zuavos a los que adoraba.
Su  divisa  era  también  “Dios,  Patria  y  Rey”  y  sus  emblemas  guerreros, -de  los  que 
hablaremos  más  adelante  al  referirnos  a  su  bautizo-,  la  Inmaculada  y  el  Sagrado Corazón, con la premisa “detente-bala” grabado en el pecho, cerca del corazón.
Creían  y  estaban  convencidos  de  que “un  lugar  sagrado  en  nuestras  casas  abre  una puerta al cielo, y el cielo penetra.”
Desde marzo hasta julio, el enfrentamiento constante entre las tropas liberales y carlistas puso a prueba la valentíay decisión de esta compañía donde don Alberto de Borbón se 
encontraba. Por eso, el 1 de julio de 1873, don Alfonso decidió subir a Suria para que en 
su  iglesia  mayor  fuera  bendecida  junto  a  su  bandera,  bordada  por  unas  monjitas  de Vich, según el modelo que el propio infante les había aportado. 
La celebración se inició en la plaza frente a la iglesia de Suria, con un bonito desfile de 
las  tropas  allí  congregadas.  Estaban  concentrados  unos  doscientos  soldados  bien 
uniformados, dispuestos a realizar un bello acto militar. Después, se accedió al interior 
del templo, amplio y elegante. Una nave central que habían engalanado con varias telas 
alargadas que colgaban de unos soportes en las naves laterales, con el fin de hacerlo más vistoso.
Al fondo, el altar mayor. De un lado, estaba en el centro, el Corazón de Jesús, a derecha 
e izquierda, las armas de Pío IX y las de España y la inscripción: “Ejército Real. Zuavos 
Carlistas”. Al otro lado de la bandera, se veía la imagen de la Purísima Concepción con 
la inscripción: “Dios, Patria y Rey”.
Acabado  el  acto  de  entrega,  don  Alfonso  dirigió  unas  bonitas  y  breves  palabras  a  sus correligionarios  y  algunos  vecinos  de  la  localidad,  allí  presentes.  Con  sus alocuciones, arengaba al patriotismo y sobre todo al valor que esereciente Batallón de Zuavos debía de tener como emblema, aludiendo a sus años como zuavo pontificio.
Doña   María   de   las   Nieves, -la   popular   doña   Blanca   para   el   ejército-,   estaba 
emocionada.  Cada  acto  castrense  le  generaba  unas  sensaciones  especiales  e  intensas  y sus  ojos  brillaban  con  efecto  diferente.  Era  una  mujer  que  vivía  con  mucho  fervor  la Causa carlista, enamorada de su esposo y convencida de los derechos dinásticos.
Ella   estaba   convencida   de   que   “la   libertad   es   sentir   lo   que   el   corazón   desea, independientemente   de   la   opinión   de   los   otros.   El   amor   libera”   y   ella   estaba profundamente enamorada.
A  partir  de  ese  momento,  el  Batallón  de  Zuavos  se  iba  a  distinguir  en  cada  una  de  las múltiples  acciones  que  les  tocaría  intervenir.  Don  Alfonso,  convencido  de
su  lealtad  y su  disciplina,  siempre  les  destinó  a  aquellos  enfrentamientos  o  conquistas  de  mayor dificultad, así como el convencimiento de que serían parte fundamental de su desarrollo como comandante de las tropas en Cataluña y el Centro.

En  octubre  de 1873,  los  Zuavos  eran  ya  unos  doscientos  sesenta  hombres,  bien 
uniformados  y  bien  instruidos  en  las  armas.  Su  jefe  era,  en  aquellos  momentos,  el 
comandante Giner, mientras el primo del infante, Alberto de Borbón era el encargado de 
la Escolta de don Alfonso. A finales de aquel mes, nombró Alfonso un nuevo oficial de 
Zuavos,  concediendo  el  diploma  de  alférez  de  este  batallón  al  barón  austriaco  don  Pío de  Lazarini,  que  había  sido  sargento  de  los  Zuavos  Pontificios,  consiguiendo  con  ello, disponer de un gran instructor para experimentar a la tropa.
Por  aquellos  años,  solamente  este  oficial  austriaco  y  el  teniente  Murray,  de  origen 
canadiense, eran los únicos jefes extranjeros de que disponían. Sin embargo, como tropa 
había en este batallón un buen número de holandeses, un belga, varios portugueses y un 
alemán. Don Alfonso cuidaba mucho la oficialidad de aquel batallón, consciente como 
era de la importancia y el ejemplo que representaban para todas las fuerzas carlistas.

Fuente: El Saco de Cuenca. Boinas rojas bajo Mangana. Autor: Miguel Romero Saiz.
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