Y tras una dilatado tiempo, hacemos entrega de la última y quinta parte de este genuino personaje de los Zuavos, Ignacio Wils.
Diez días más tarde, la batalla de Igualada, una aldea cerca de Barcelona, ofrece, de manera más trágica, la misma dimensión heroica. Es un ejemplo perfecto de las modalidades de esa guerra. En tal circunstancia las tropas carlistas vuelven a consumirse para tomar una plaza fuerte segundaria en vez de abatirse sobre la ciudad principal, y el espíritu de sacrificio palia la debilidad de los medios. La táctica escogida es sencilla: la artillería tiene que echar abajo las puertas de la ciudad y los Zuavos empezarán el asalto con bayoneta. Hay que esperar hasta el día siguiente para que los cañones, abastecidos durante la noche, puedan abrir la brecha imprescindible. Ignace Wils, con el sable enarbolado, carga primero, de pie; pero los gubernamentales, consciente de la fragilidad de su posición, han cerrado la calle, en retranqueo de las puertas, con una serie de barricadas desde donde tirotean sin parar. Es todavía la época la pólvora negra y la calle resulta rápidamente envuelta por una nube de humo de la cual surgen los Zuavos, con la bayoneta en el cañón de la escopeta. Sigue un horrible cuerpo a cuerpo, dominado por los gritos de impulso de los asaltantes, los alaridos de dolor de los heridos y los estertores de los que mueren. Las dos primeras barricadas vienen arrancadas a duras penas, queda la tercera, la más alta y la mejor defendida. Dos veces seguidas los Zuavos intentan escaldarlas pero cada vez resultan rechazados dejando a trece muertos y a numerosos heridos. Frente al tiroteo, se ponen a salvo, esperando improbables ayudas. Defrance yace en medo de la calle, entonces Wils toma el estandarte del batallón y se yergue en medio de la calle para arengar a sus hombres: “Vamos, Zuavos, a luchar, combatimos por la buena causa…Si morimos, caemos para el honor a Dios!. Ignorando el fuego del enemigo, se sube a lo alto de la barricada, y va a clavar allí su estandarte cuando es segado por dos balas y cae tiñendo con su sangre la preciosa bandera; en un último esfuerzo la arroja más allá de la barricada gritando: “Ahí donde se encuentra la bandera, allí mismo se encuentran los Zuavos!”. Los Zuavos, galvanizados se apoderan del último baluarte de los gubernamentales, Igualada cae en manos de los Carlistas.
El coronel Wils sólo tenía veinticuatro años. Fue sepultado, con todos los honores militares, en el Santuario de Pinós (Lerida), en una fosa cavada en el primer altar al lado del Evangelio. Su hermano Auguste lo reemplaza a la cabeza del batallón. Rápidamente la situación cambió, la efímera República desapareció, víctima de un nuevo pronunciamiento; un hombre muy joven, el rey Alfonso XII, subió al trono; con la benevolencia de las potencias extranjeras, su ejército, reorganizada, reforzada y bien equipada acabó por vencer a las tropas carlistas. En noviembre de 1874, el batallón de los zuavos volvía a salvar el Ebro y dejaba de existir.
Claro que el destino de Ignace Wils es notable por su dimensión heroica y trágica, se parece al Cid, sin duda más al de la literatura que al de la Historia. Sin embargo no es ningún “condottiere” ávido de sangre y de gloria. Paradójicamente, lucha por una causa única, la del Papa, de la Iglesia, de Dios, llevando tres uniformes, con grados que van de los más humildes a los más elevados, en tres ejércitos diferentes. Su muerte, blandiendo la bandera del Sagrado Corazón y de la Inmaculada Concepción es la expresión pura de su ideal, en efecto su desprecio frente a la muerte es una aspiración al sacrificio, siguiendo en eso el modelo crístico. Monseñor Pie, cardenal-arzobispado de Poitiers ya lo había afirmado a propósito de los Voluntarios del Oeste matados en Loigny: “Haber caído arropado por el estandarte del Corazón de Jesús, es haberse granjeado el privilegio de discípulo querido. Habiendo celebrado con Jesús la última cena, se los ve descansando la cabeza en el corazón del divino Maestro”. Se trata en este caso de toda la ideología sacrificial propia del catolicismo de siglo XIX y a la que abusivamente se ha tachado de “dolorismo”. Siguiendo el ejemplo de Cristo subiendo al Gólgota, los Zuavos se sacrifican la vida para salvar al mundo de lo consideran el mal, y Ignace Wils, irguiéndose en la barricada con su bandera, se sube al Cielo.
Fuente: Patrick Nouaille-Degorce
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