Recuerdo aquel viejo maset a tope de gente. La pared del fondo presidida por la imagen de San Blas, dos ventanas pequeñas en la pared que daba suroeste y otra al noroeste. Al maset se accedía por dos sitios , una entrada al lado del cuadro de capitanes y otra más pequeña que daba a la chimenea. A la izquierda de esta segunda había un cuadro con fotografías enganchadas, a la derecha otro. En medio del local un pilar, al rededor, las mesas arregladas de forma que una vez entrabas y te sentabas no había manera de levantarte, o tenías que pedir permiso a los dos lados, a los de atrás o a toda la fila si estabas en la pared.
Así que un vez dentro, tenía que procurar de haber hecho todo lo que de habías de hacer. Encima de mesa, vino, botellas de sifón, vermut, platos con aceitunas y adobado, con cacahuetes, con altramuces y, a veces, con tostón. El sonido de las conversaciones, algún grito que otro de algún hombre mayor pidiendo vino o vermut. Conversaciones calladas, de turnos de fábrica, de telares, de máquinas, de chambits. El maset tenía un olor característica muy especial. El olor del tabaco, del humo que entraba por la puerta de la chimenea se mezclaba con la de las colonias y con la de los masajes de afeitar. Una vez dentro, todo te envolvía de fiesta. Encima de las mesas, bocadillos envueltos con papel de periódico, algunos de revista, algunos otros dentro de una bolsa de plástico qye una vez utilizada tenías que plegarla y guardarla para el próximo bocadillo, para el almuerzo de la fabrica, para la merienda o para la cena del tercio. En la mesa presidencial, al capitán y al alférez le ponían un plato de chuletas asadas a la brasa que salían humeantes de la puerta de la cocina, longanizas, morcillas y entreverat. Los postres eran mayoritariamente una naranja, algunos traían manzana y no había café.
Al final de la cena, el sargento, con el paño siempre colgado del hombro, repartía las botellas de coñac por las mesas (todavía le llamamos, legalmente, coñac al brandi y champan al cava). Llegaban los músicos que solo cabían dentro del maset de pie y tocaban el himno a San Blas, algunos se levantaban para hacerles sitio. El cuerpo empezaba a notar las mariposas dentro del estomago. Los músicos tocaban y el maset enloquecía. Por fin, íbamos a desfilar por la calle. El vino y el vermut ya hervían dentro de los cuerpos. Los cuerpos de unos y de otros, bien empapados, empezamos a tocar en la salida del maset, a empujones, como podíamos. Fuera, los músicos empezaban a tocar El Zuavo y todos en un bloque nos enfilábamos Ravalet arriba hasta la plaza dels Olmets. “¿Llevamos alguna botella de coñac?” pregunta alguien de la escuadra. “No, nos las darán en els Olmets”, siempre había alguien que lo preguntaba. Y así era, llegando a la plaza del Olmets, donde no había ningún coche, músicos y festeros le daban la vuelta a la plaza delante del edificio del bar de Los Leones, ahora ya derribado y sustituido por un edificio moderno y las oficinas del Banco de Madrid, empezaban a formar las escuadras y nos repartían las botellas de coñac, anís, sidra o Pinord. Si, algún año nos dieron Pinord, eso era una novedad, aquel vino blanco de aguja parecido al champan, de la familia Tetas que juntaban las letras pi y nord, ya que la primera marca era Pi del Nord, había creado un vino que se bebía muy bien y dejaba un sabor de boca. El problema era que no controlábamos la cantidad.Ya habíamos bebido tinto en el maset y ahora venían los licores.
Cada desfile era una sorpresa. Habíamos estado todo un año esperando que llegará la noche del ciri para salir a desfilar. Habíamos estado toda la semana comentandolo con los compañeros en la fabrica y cuando salíamos a pasear lo comentábamos con los amigos. Empezaba a tocar la música un pasodoble y poco a poco las escuadras iban marchando. En los laterales habían muchos grupos de gente mirando el desfile. Si el cabo conocía algunos de los grupos, estaba la novia, la mujer, las amigas, los familiares o sencillamente, cualquier de los miembros de la escuadra o él mismo, decidían girar la escuadra, se iniciaba un movimiento de la fila para ponerse cara a cara con el grupo de personas que empezaba a aplaudir. Después, con el movimiento contrario y caminando hacia atrás, la escuadra volvía a su lugar. Así. así, se iba desfilando por las calles y las botellas que nos habían dado disimuladas con la manta.
Cuando se acaba la pieza que estaban tocado, la música paraba y al grito de: “¡A beure, a beure, a beure, beure, beure, beure!” ( A beber, a beber, a beber, beber, beber, beber), aparecían las botellas de debajo de las mantas y nos poníamos a beber hasta que el bombo volvía a empezar, una vez los músicos habían cambiado los papeles de la pieza elegida. Ese era el ritual de los desfiles de los años 70, cuando empezó en la etapa de nuestra adolescencia a sentirnos hombres de la fiesta y nos iniciábamos en una fiesta, todavía reservada a los hombres que también te enseñaba a beber. Una vez se había hecho todo el recorrido, llegábamos a la plaza del Ayuntamiento. En aquella época no había nadie allí dentro. Las últimas personas que presenciaban el desfile se situaban en el arco de entrada a la plaza. Solo la noche de Caixes, a medida que iban llegando las diferentes filaes empezaba a llenarse la plaza. Una vez acabado el desfile, acompañados de la música, la filà se iba al casino que estaba en aquella época en el Ravalet, donde esta hoy la Peña Valencianista o entraba directamente en Casa Chimo en la plaza. Allí había quien tomaba café y la música empezaba a tocar más pasodobles y otras piezas festivas. Ahora si, todos los festeros íbamos ya desbocados, sin orden ni concierto, unos hacia aquí, los otros hacia allá. El alcohol de los licores o del Pinord ya recorría todas la venas del cuerpo y llegaba a la cabeza, de manera que ya había quien no sabia lo que hacia.
En el año 1975, la filà compró ocho cajas (cada caja tenía doce botellas) de Pinord blanco, por un valor de 5.952 pesetas (37,77€), seis cajas de sidra El Gaitero, 1980 pesetas, una caja de coñac Esplendido, 1056 pesetas, una de Veterano, 1140 pesetas, cuatro botellas de anís Marie Brizard, 496 pesetas, cuatro de anís El Mono, 468 pesetas, cuatro de anís la Asturiana, 464 pesetas, y dos de ginebra Atila, 166 pesetas. Un total de 11.722 pesetas por diecisiete cajas que venía de Chirivella en el ordinario de Transportes Pascual, el viernes 24 de enero, dos días antes del ciri de la filà que aquel año era domingo por la noche, todo eso por mediación de Augusto Beneyto que se descontaba 234 pesetas de su comisión.
En el año 1976, la filà también se desfiló la noche de San Antonio, la noche del cirio caía lunes, la Unión Musical de Bocairent cobró 9.000 pesetas por amenizar el desfile del sábado. Recuerdo que algunas veces a la hora de desfilar, el sargento contaba los que íbamos desfilando y nos cobraba a medida que íbamos avanzando. Unos veinte duros, o se 100 pesetas. Eso quiere decir que si éramos un centenar desfilando se podían recoger esas nueve mil pesetas que no tenían que salir del dinero de la fiesta y todavía sobraba un poco para licores. Cinco años más tarde, en el año 1981, la filà también salió a desfilar la noche de San Antonio. Volvía a caer el cirio el lunes, la música costó 25.000 pesetas, más del doble de lo que había costado cinco años antes. Supongo que contratarían más músicos. Pero eso no es nada, en el año anterior, el 1980, el cirio era sábado y la música costó 42.000 pesetas, la filà la había contratado para una hora más, tampoco sabemos cuantos músicos fueron contratados.
También se pagaban los cafés, en el año 1976, la noche del cirio se pagaron 1.620 pesetas por 90 cafés, dos botellas de coñac, dos de anís y 20 de Choleck, servidos en la barra, una caja de Coca Cola, diez botellas de Fanta, dos litros de ginebra y 6 botellas de sidra. Es decir, había para todos, para los niños también. En el año 1979 se pagaron 165 cafés la noche de Cajas en Casa Chimo, doce botellas de coñac, cuatro de anís, una caja de sidra, una caja de Pinord y dos botellas de whisky, un total de 7.575 pesetas. El pago más curioso de aquella época fue el de 1981, el lunes 26 de enero, la noche del ciri de los Zuavos, Casa Chimo cobró 7.200 pesetas sin especificar, pero dice “caballo entra”, por dejar constancia que aquella noche entró un caballo dentro del bar.
En fin, eran años en que nos iniciábamos en la fiesta, mucho de los hombres que nos enseñaron a ser festeros en aquella época hoy ya no están entre nosotros, pero nos instruyeron a su manera y por eso los quiero recordar y homenajear. Algunas noches de aquellos ciris, de noches de San Antonio o de Caixes, había alguien que iba a la música antes que se fueran a casa y les daba algunos billetes de mil pesetas, y así tocaban un poco mas para nosotros en el casino, en Casa Chimo o en el Bar Solbes. Unos años más tarde eran tanto los festeros que las ordenanzas no nos permitan girar la escuadra. Hoy querría girar la escuadra a todos aquellos que nos introdujeron en la fiesta.
¿Girem l´escuadra? !Vinga va, tots a una! ¡Girem l´escuadra!
Vicent Satorres Calabuig
Publicado en la revista programa de les Festes de Moros i Cristians en Honor a Sant Blai de Bocairent (Valencia) en 2019
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Publicado en la revista programa de les Festes de Moros i Cristians en Honor a Sant Blai de Bocairent (Valencia) en 2019
Texto traducido al castellano, el original está escrito en valenciano. Su finalidad es darle mayor difusión para los estudiosos tanto de las fiestas de moros y cristianos, así como de los Zuavos.
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