En un barrio tranquilo de Ravenstein, pequeña ciudad del Brabant neerlandés, el turista se encuentra, durante su paseo, en “KolonelWilsstraat”, calle del coronel Wils. Poca gente sabe claramente quién es aquella gloria pasada, a lo más se imagina a un viejo soldado cubierto de condecoraciones de vuelta de alguna expedición colonial olvidada. No sabe nada, Ignacio Wils, soldado de fortuna pero soldado prestigioso, en realidad sólo ha defendido una causa, en su inmensa pero corta vida, la del Papa.
El lector de hoy debe, para comprender el destino trágico de nuestro héroe, sumirse de nuevo en el contexto de la época, un siglo XIX° europeo desestabilizado desde el principio por la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas . Los nacionalistas se exasperan, la aspiración a la unidad de los pueblos de idioma y cultura idénticos amenazan lo perenne de un sinfín de estados, los temas republicanos destruyen unas monarquías seculares tradicionalmente ligadas con una religión oficial. La Iglesia Católica, confrontada con el auge de las ideologías modernistas, tiene mucha dificultad para conservar su rango y su influencia en las sociedades europeas, mientras el poder temporal del Papa se pone en tela de juicio.
Los Estados Pontificios, después de muchas tribulaciones, quedan amenazados, a mediados del siglo, desde dentro y desde fuera: De dentro, por los republicanos y otros revolucionarios como Mazzini y Garibaldi, fundadores de una efímera República Romana en 1848, lo que ha obligado al Papa a que se refugie en Gaète; de fuera por las ambiciones expansionistas del reino de Piémont-Sardaigne que quiere llevar a cabo por su provecho la unidad italiana. Con la ayuda de Francia ha podido expulsar a los Austriacos de la península, recobrar la Lombardía, anexar Modène, Parma y la Toscane. Merced a unos disturbios más o menos espontáneos en Romagne, ha anexado también tal provincia pontificia en 1859.
Frente a esas diversas amenazas, el Gobierno Pontificio trata de reorganizar su pequeño ejército, empresa que confía a un general francés prestigioso, La Moricière. La llamada a los católicos del mundo entero, para proporcionar recursos y hombres conoce un verdadero éxito y entre los voluntarios que acuden, los más conocidos quedan los Zuavos Pontificios. Eso no impide la continuación de los avances de Le Piémont : a raíz de la derrota de Castelfidardo, El Estado Pontificio queda amputado de Les Marches y de la Ombría, y así queda reducido tan sólo a Le Latium. La opinión católica mundial queda conmovida porque no acepta que el poder espiritual del Papa pueda ser independiente de su poder temporal, y los voluntarios siguen alistándose en las tropas pontificias. Los más de ellos son los Holandeses, lo que no deja de ser sorprendente, en efecto el Rey de Holanda es constitucionalmente de confesión calvinista y el protestantismo es, en el país , la religión de Estado. Verdad es que las provincias meridionales son masivamente católicas, hasta tal punto que en 1830, a causa de una revolución, unas de ellas, Llandes y Wallonie, han hecho una secesión para formar el Reino de Bélgica.
Ignace-Marie-Alphonse Wils nace pues en una familia burguesa de la Holanda católica; los parientes de su madre son unos emigrados franceses de la época revolucionaria, y eso explica la forma francesa de sus nombres, pasa lo mismo con su hermano mayor Auguste. Dos de sus tíos son sacerdotes, entre los cuales Henry, jesuita, por eso Ignace cursa sus estudios en diferentes establecimientos de tal orden, en Culembourg y luego en Sittard. La salida de su hermano para Roma suscita en él el mismo deseo de alistarse entre los Zuavos Pontificios, y a pesar de las reticencias de su familia inquieta a causa de su corta edad, se alista en el ejército pontificio a los 16 años, el 14 de octubre de 1865. Su carrera militar es rápida pero modesta comparada con la de su hermano, muy rápidamente nombrado teniente. Promovido al grado de Cabo el 6 de noviembre de 1866, llega a ser sargento el 6 de agosto de 1867. No gana mucha gloria en las batallas; si participa con entusiasmo en el combate de Monte-Lupino, el 22 de noviembre de 1867, frente a unos “rufianes”, en realidad unos partidarios de Garibaldi más o menos convencidos, por lo contrario se queda en la cama a causa de las fiebres durante casi cuatro meses en 1867 y así no participa en la batalla de Mentana, para su mayor desengaño.
Fuente: Patrick Nouaille-Degorce
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