Ramón Silvestre Ferre (*), alférez. 3 de febrero 1970, en el acto del Piquete. al fondo Racó de Càpito. Foto: Filà Terç de Suavos de Bocairent. |
Publicado en el programa de fiestas de moros y cristianos de Bocairent en 1971.
A la Comparsa.
El requerimiento de los amigos es siempre grato. Y responder, como una deuda que nace de las muchas horas gratas vividas en Bocairente.
El sabor de las fiestas bocairentinas es pegajoso. Si además lleva uno su poco de curiosidad histórica no dejan de asaltarles interrogantes, que a veces, a distancia encuentra respuesta.
Lo digo porque en el ir y venir de las comparsas me había llamado la atención, por su nombre y atuendo, la de los zuavos:
Cruces delante y detrás y boina carlista parecían indicar una raíz política, incluso el nombre de zuavos se parecía demasiado al de los zuavos pontificios.
En las primeras fiestas que pasé en Bocairente –febrero 1958– se contaba ya el chascarrillo de los «longinos»: los zuavos, haciendo honor al nombre, habían sacado una escuadra de soldados pontificios. Como los auténticos son suizos y lo más suizo que sonaba por entonces era el reloj longines, en escuadra de longinos se quedaron los de Bocairente, en un salto asombroso de chispa popular.
La subida a la cruz de Camorra, durante la fiesta de tres años, la magnífica inscripción de la cruz, el obligado comentario con unos y otros, me hicieron presentir los tiempos del fervor carlista, cuando la defensa del Papa y sus estados pontificios eran imperativos para la conciencia de los buenos católicos. «Dios, Patria y Rey» fue un lema con el que se movilizaron regiones enteras, sobresaliendo, en la nuestra, la zona montañosa.
¿No habrían sido los primeros zuavos una escenificación folklórica de una causa religiosapatriótica hondamente querida?
Los estudiosos se van interesando, cada vez más, por estas manifestaciones artísticas en que el alma popular expresa y revive unos ideales.
Creo fue en el programa de fiestas del año pasado cuando un especialista norteamericano hablaba de las representaciones de moros y cristianos, entre la población india de Nuevo Méjico, donde cada año el bando cristiano, con atuendo de conquistadores españoles, tenía más dificultad para reclutar sus comparsas y en cambio con el «moro» se identificaban tantos ideales indios frustrados.
Con la manifestación folklórica parece se exteriorizan sentimientos colectivos, se reviven una hazañas, que son como una meta ejemplar de continuidad, y unas aspiraciones que deben permanecer. Poco más o menos una gran liturgia que revive periódicamente y que manifiesta la comunión profunda del grupo.
¿Pudo ser así en el primer grupo de zuavos?.
Este año, centenario de la unificación italiana, y por tanto de la pérdida de los estados pontificios, la prensa de todos los países ha recordado abundantemente lo que supuso para la conciencia de los católicos y como el grito de ¡Viva el Papa Rey! era una consigna de acción.
Sin llegar al desgarro de los católicos italianos para quienes la célebre «cuestión romana» quedaría como llaga sangrante, los españoles lo hicieron cuestión propia. «Más papista que el Papa» es frase de la época. Defender al Papa era defender la integridad de la fe, la forma tradicional de gobierno que era la monarquía y la patria, concebida como región y fueros.
¿Podía haber ocurrido así con los zuavos?.
En ellos se daba, como en las demás comparsas –tal vez más que en las otras– el llevar a los pequeños al «maset» para que lo de la «Filà» se les fuese pegando.
De todos modos, los pantalones bombachos del uniforme podían hacer pensar en un arreglo de traje moro. Su fidelidad «longina» hacía mantener la suposición. Pero el atuendo con los bombachos... ¡Vaya, en todo caso, una mezcolanza!.
Piedra de toque para el historiador es el no rechazar datos sin verificarlos. Y la verificación, a propósito del traje vendría algunos años después en Roma. Uno de los domingos incomparables de la primavera romana nos fuimos un grupo a visitar la gran fortaleza de Sant'Angelo, de tanta importancia en la defensa del Papa.
Allí está instalado el museo de la armada pontificia, en un momento dado, el recuerdo de Bocairente se hizo imperioso: delante de mí, con los mismos bombachos estaba el uniforme de los zuavos pontificios del tiempo de Pío IX.
Poco después me enteraba de que los zuavos bocairentinos se habían fundado en los mismos años de la lucha italiana.
Y si es válido atar cabos, me pareció recordar que a la misa de Camorra, con o sin uniforme, subían los zuavos y el olor carlista de la comparsa me parece se nota todavía.
Poco después me encontraba en París y en mi parroquia de St. GermainDes Près estaba el padre H. Hayek, sabio sacerdote libanés muy ligado a la casa de BorbónParma.
Pensando en este artículo para el programa, le pedí una foto del rey Javier como saludo para Bocairente. Eran los días malos de Biafra y empezando por las princesas, la familia entera estaba movilizada. El P. Hayek que, en principio vio la idea muy simpática, acabó sin cumplir el encargo.
En París tuvo otro recuerdos de Bocairente que harían demasiado extensas estas líneas y romperían también el tema.
Baste por hoy para con la sugestión del recuerdo –una comparsa que nace y vive por unos ideales, que lo revive y guarda memoria colectiva de unos hechos– brindar a los zuavos y a todas las comparsas una reflexión: Los acontecimientos de la Porta Pía se han conmemorado en Roma con una misa del Papa que sellaba así una reconciliación y marcaba un camino de purificación y actuación de los cristianos.
Las exigencias que la fe tiene en cada época nos obligan a estar muy atentos a la nuestra. ¿Cual sería hoy el sentido profundo de esas grandes representaciones que las comparsas realizan durante tres días enteros y preparan todo el año?
S. MORENO
(*) Ramón Silvestre Ferre, fue capitán en tres ocasiones, en el 1943, 1951 y 1971. Estas fueron sus últimas fiestas, ya que falleció en agosto de ese mismo año.
Fuente: Filà Terç de Suavos.
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